La ventana está abierta

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Persona corriendo con maletín. Foto de Andy Beales en Unsplash

Si al leer el título te has imaginado recibiendo una llamada misteriosa, escuchando ese mensaje en clave con una mezcla de incredulidad, emoción y urgencia… probablemente sabes a qué me refiero.. Si no, déjame darte un poco de contexto.

Hay un episodio de Cómo conocí a vuestra madre en el que Ted recibe una llamada con una frase muy concreta: “La ventana está abierta”. Es el código para avisarle de que esa chica perfecta, que siempre ha tenido pareja, está soltera de nuevo. Y entonces comienza una carrera contrarreloj para intentar conquistarla antes de que la ventana se cierre otra vez.

Pero hoy no quería hablar de amor, sino de trabajo.

Porque en el mundo profesional también hay ventanas. Algunas duran tiempo. Pero otras se cierran en días, o incluso en horas. También existen esas personas que consideramos profesionales ideales: antiguos compañeros con los que fuimos felices trabajando, o gente nueva con las que nos encantaría coincidir algún día. Pero muchas veces asumimos que están bien donde están… hasta que nos enteramos tarde de que han cambiado de trabajo. O al revés, somos nosotros quienes nos movemos y justo después descubrimos que había una oportunidad para juntarnos.

Con el tiempo, te das cuenta de que, más allá de la tecnología, lo más importante de nuestro sector (y quizás de todos) son las personas. Aquellas con las que compartes la mayor parte de tu tiempo. Y dejas de querer trabajar con ese lenguaje o framework de moda, y empiezas a querer trabajar con esa persona a la que admiras, o con aquella otra con la que estuviste tan a gusto, o con quien aprendiste tanto. Al menos, ese ha sido en mi caso.

El problema es que nuestras redes no están diseñadas para aprovechar esas ventanas. Están hechas para que nos encuentren: llenas de mensajes de reclutadores o desconocidos que se acumulan… hasta que un día estás más receptivo o aparece algo que te hace escuchar. Pero no están pensadas para que seamos nosotros quienes alcancemos. Para que, en momentos de duda, desmotivación o cambio, podamos decirle a nuestra red de confianza: “La ventana está abierta”.

Y tampoco lo están nuestras emociones. Porque muchas veces vivimos esos momentos con inseguridad, con miedo, incluso con vergüenza. Por pensar que la etapa en la que estamos quizá ya terminó. Por no saber qué pasará si se enteran donde estamos, o qué pensarán los demás. Por no saber si cambiar es lo correcto.

También está nuestra forma de hacer networking: muchas veces enfocada en la cantidad más que en la calidad. En relaciones superficiales, intercambios breves en eventos, y solicitudes de contacto. En lugar de charlas profundas y experiencias compartidas que nos permitan conocer de verdad a la otra persona y cómo sería trabajar con ella. Y en vez de cuidar las relaciones que un día fueron importantes, las dejamos ir sin darnos cuenta de que podrían volver a serlo.

Qué bonito sería cambiar todo esto. Cambiar nuestra forma de pensar, nuestras herramientas, o cómo las usamos. Poder escribir a nuestras personas de confianza. A esas que admiramos. Hablar más abiertamente de que estamos en un momento de cambio. O incluso ser nosotros quienes preguntamos primero.

Porque las ventanas se abren y se cierran más rápido de lo que creemos. Y no siempre vuelven a abrirse. Porque, al final —como decía Ted—, todo depende de estar en el lugar adecuado, en el momento justo… y actuar.

Porque un cambio siempre da vértigo, incertidumbre, miedo… Pero no hay nada mejor que darlo sabiendo que al otro lado hay personas que se alegran por ti y que te esperan con los brazos abiertos.

Ojalá podamos construir redes más auténticas. Priorizar la calidad sobre la cantidad. Cuidar los vínculos. Y que, la próxima vez que algo dentro de nosotros empiece a moverse, podamos decirnos, sin miedo y con ilusión: “La ventana está abierta”.