Hace unos días, durante mis vacaciones en Barcelona con mi familia, experimenté el dolor más intenso que he sentido en toda mi vida. De repente, pasé de estar perfectamente bien a encontrarme doblado en el suelo en cuestión de minutos, sin poder moverme ni pensar en nada más que en cómo aliviar ese dolor insoportable. Fue una experiencia que espero no tener que volver a vivir nunca más. Desde entonces, llegaron la ambulancia, el hospital, los analgésicos, las pruebas médicas y, afortunadamente, el proceso de recuperación en casa mientras escribo estas líneas.
Pero, ¿realmente era tan doloroso? ¿qué nivel de intensidad estaba experimentando objetivamente? ¿era equiparable al que otra persona podría sentir en circunstancias similares? ¿o al dolor causado por alguna otra enfermedad? Siendo sincero, ni lo sé ni me importa. El dolor, al igual que otras sensaciones y emociones, es personal y subjetivo. Sin embargo, esto no lo hace menos real, al menos para la persona que lo está sufriendo. Una vez superado el umbral del dolor soportable, lo externo y objetivo pierde importancia, y lo único que importa es encontrar formas de aliviarlo.
Esta experiencia me ha llevado a reflexionar sobre otros tipos de dolores y umbrales, y cómo los gestionamos. Dolores presentes en nuestra vida laboral y en nuestras interacciones con compañeros: estrés, angustia, malestar, ansiedad, conflictos, frustración, desmotivación… Dolores y umbrales completamente personales y que, con frecuencia, abordamos de manera inadecuada al intentar racionalizarlos en exceso, aplicar soluciones impersonales, compararlos de manera absurda o incluso competir entre ellos, lo que solo provoca más daño y nos hace olvidar el sufrimiento original.
Es esencial comprender de manera individualizada los umbrales y dolores de las personas que nos rodean, así como los nuestros propios, y aplicar las herramientas adecuadas para aliviarlos. Solo así podremos crear un entorno laboral saludable en el que prime siempre el bienestar emocional.