
Es difícil saber cuándo empieza. Todo parece ir bien, hasta que un día el trabajo empieza a arrastrarte. Más urgencias, más prioridades, más expectativas, más presión… Y cada vez menos margen para decir que no.
Comienza a ser más difícil llegar a todo. Empiezas a tomar decisiones que acumulan deuda: técnica, emocional, de equipo. Te equivocas más. Te cuesta desconectar, descansar, reconectar, motivarte. Vives con la sensación de que algo está fallando, de estar atrapado en unas arenas movedizas en las que no paras de hundirte.
No te das cuenta del momento exacto en el que comienza. Solo más tarde, cuando puedes unir los puntos hacia atrás, entiendes que llevas tiempo jugando un juego que no elegiste. Un juego de supervivencia. Y lo más perverso es que la única salida parece seguir jugando.