
No sé cuándo cambió mi percepción del tiempo… Recuerdo ser pequeño y sentir que el tiempo pasaba muy despacio. Pensar en que faltaban meses para Navidad, para verano, para el inicio un nuevo curso con la oportunidad de empezar de cero. Meses para el próximo partido, para la próxima carrera, para que saliera ese nuevo juego, esa película que me apetecía ver, ese viaje de fin de curso. Recuerdo ir creciendo, cambiar etapas. Recuerdo mi último verano de verdad al acabar bachillerato, tan improvisado como inolvidable. Recuerdo empezar la universidad, llegar a ese lugar por explorar que era la facultad y presentarme a desconocidos que se convertirían en grandes amigos.
Me imagino que ahí es cuando empezó… En algún momento el tiempo pasó de ir despacio a acelerarse. Y es allí cuando lo vi por primera vez. Ese conejo blanco que sacó un reloj de su chaleco y empezó a decirme al oído una frase que me ha acompañado hasta hoy: “Llegas tarde, llegas tarde, llegas tarde…”



