
Recuerdo la primera vez que vi El Cisne. Abrir la escotilla y encontrar a un Desmond desesperado, cuya cara era la personificación de la locura. Recuerdo el protocolo: 4, 8, 15, 16, 23, 42 y presionar el botón. Ese protocolo que debía repetirse cada 108 minutos.
Recuerdo al principio sentirme fascinado por el protocolo, sin preguntarme demasiado el porqué. Recuerdo aprendérmelo de memoria y sentirme especial. Después de un tiempo, recuerdo pensar en ello y en lo que habría detrás, ¿qué justificación podía haber a ese protocolo tan aleatorio? Recuerdo mi reacción al conocer la respuesta: de no hacerlo, algo terrible pasaría. Recuerdo debatirme mentalmente entre el deber de seguir el protocolo ciegamente y la tentación de desafiarlo. Esa fue la primera vez que vi El Cisne, pero no sería la última.
Es curioso que la herramienta para seguir ese protocolo era un ordenador. Quizás los ordenadores nos llevan a este tipo de sinsentidos y desesperaciones. Y es que en los años que llevo trabajando he visto muchos “Cisnes”. Protocolos crípticos seguidos al pie de la letra, con justificaciones similares, realizados una y otra vez.
Nosotros, personas de ciencia, tenemos la superstición y los rituales mucho más cerca de lo que pensamos, formando parte de nuestro día a día. Y es por ello que debemos permanecer alerta, identificarlos y desafiarlos para poder progresar y seguir creciendo.